Quita de ahí, que tengo prisa. Mira, no puedo pararme a hablar. Tengo que coger un tren y ya sabes como son aquí las cosas, si no llevas el billete comprado no puedes subirte. Te clavan una multa. Y luego está el rollo de los compartimentos y los asientos, siempre tienes que preguntar y cada vez te responden con una cosa diferente. Yo ya no sé qué a qué me responden. Todavía tengo que hacer la maleta. Más bien vaciarla. Está llena de cosas que no necesito. En el lugar al que voy no me hacen falta. El bote de lágrimas y los paralizadores, los protectores de codos, los de las rodillas y el casco de la cabeza. Ya te dije, si me caigo quiero tener cicatrices que me lo recuerden. Son mis medallas.
Allá voy, rumbito a la estación, con los diccionarios. Ah no, los he dejado en casa. Mierda, creo que también me dejé la cámara. ¿Esto de aquí? Esto es una sorpresa. Un preparado especial. Algo nuevo para leer. ¿Qué es eso? Mierda, me sangra la nariz. Deben ser lo nervios. Nada, nada, no pasa nada. Cojo un clinex y listo. Pero lléveme usted a la estación ¿eh? Que no puedo perder ese tren. El de la locomotora vieja, ¿sabe cuál le digo? Recorre tres países como si fueran dos y, si uno lo coge muy pronto, ve amanecer por la ventanilla. Creo que no hay nada más bonito que despertar con reflejos naranjas. Bueno, quizá sí, pero eso no viene al caso. Corra, hombre, corra, que no llegamos. Y no se me pare en la banda esa de las narices, si pasa usted muy rápido seguro que no ocurre nada. Venga, písele fuerte, que no estoy para tonterías. Y ¿por qué se para ahora? Dale con la viejita, ya podía haber esperado un poco... ¿no ve que tengo prisa? Vamos, vamos, me importa un comino la emisora que escuchamos. ¿No puede concentrarse en conducir? El camino nunca se me había hecho tan largo.
Aquí estoy, ese es el tren. Ese, ese, este.
No hay comentarios:
Publicar un comentario