martes, 11 de enero de 2011

Nieblas y ríos

Cuando el Danubio se enfada, le hierven los átomos de agua y los alrededores se llenan de niebla. Caminar esas noches tiene algo de mágico, de anglosajón y de innecesario. A mí me gusta sobre todo por lo último. Cuando extiendo el brazo y no alcanzo a verme la mano, me siento invisible.
 
La niebla del Danubio es densa, como un caldo de pollo al que también le han echado ternera. Nadie se atreve a andar muy rápido o a gritar muy alto esos días. La niebla del Danubio es como la nieve: para el tiempo.

El Danubio es tan largo que no se ve su fin, como la niebla que produce. Uno intenta imaginar donde acabará, quizá la siguiente calle, quizá la siguiente ciudad… Es tan densa que uno no sabe qué es niebla y qué cielo. Todo lo mismo. Uno puede subirse al edificio más alto de Ruse o a la cima de la montaña más cercana, da igual, lo único que se ve es niebla. 

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