Creí, otra vez, que me dejaban sola al borde del principio.
Creí que el viento me empujaría y podría caerme.
Creí que estaba más inclinada que la última vez
y sentí miedo, frío y unas ganas horribles de llorar.
Creí que me caería y me haría daño.
Creí que, esta vez, me estamparía contra el suelo.
Abrí los ojos, levanté la cabeza
y no pasó nada.
El viento me volaba la falda, me revolvía el pelo,
las ganas de llorar no desaparecían,
pero no pasó nada.
Yo seguía al borde del precipicio,
en la misma posición que antes
y de la misma manera que antes.
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