Nos habíamos comido todas las estrellas. Por si acaso.
Me destrocé el estómago vomitándote vocales y consonantes. Acaricié tu puerta con la planta de los pies, curvé mi cuerpo hacia tu boca y te dejé colonizar mi pubis. No significaba nada todo aquello, sin ti. Empeñada en alejarte, en dormitar bajo ventanas por las que sólo entraba el sol. Todo sin mí. Me negaste tantas veces que creía no existir. Y luego venían a llamarme. Me asomaba al balcón y ahí estabas, gritando mi nombre, hablando de mí. Diciendo que me querías y demás colección de palabras.
Tú querías correr y yo no sabía saltar. No podíamos coger impulso porque nos pesaba demasiado el culo. Así de claro.
Te lo dije aquella noche, las estrellas no se digieren bien.